Tarta «La reina de corazones»

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Mi queridísimo padre,

Después de las maravillosas noticias sobre la caída de Sebastopol, ¿tendrá usted ahora la disposición de escuchar pequeños asuntos de suma e íntima importancia para un insignificante oficial subalterno? Prepárese, si es el caso, para un anuncio repentino y sorprendente. ¿Cómo explicarme? ¿Cómo decirle que realmente vuelvo a casa?

Sólo se me ha ofrecido una oportunidad de escribirle esta carta, y muy poco tiempo para redactarla; así que debo resumir las cosas, si es posible, en pocas palabras. El médico ha informado de que estoy preparado para viajar finalmente, y podré irme, gracias a los privilegios de que disfruta un hombre herido, en el próximo barco. El nombre del barco y la hora de salida están anotados en la lista junto a la carta. He hecho todos los cálculos y, teniendo en cuenta cualquier retraso eventual, creo que podré estar con vosotros como muy tarde el uno de noviembre, quizás unos días antes.

Estoy demasiado ocupado con los preparativos de mi regreso, y con algo más que luego le confiaré, algo relacionado con este regreso, y que es igualmente importante para mí, como para poder comentar los asuntos de estado, especialmente cuando sé que los periódicos le habrán suministrado a estas alturas gran cantidad de información. Déjeme consagrar el resto de esta carta a un asunto que atesoro en lo más profundo de mi corazón; un asunto, y casi me avergüenza decirlo, que me importa más que el gran triunfo de mis compatriotas, en el que mi condición de herido me ha impedido tomar parte.

Según me dijo en su última carta, la señorita Yelverton iba a hacerle una visita este otoño, en su calidad de tutor. Si ella se encuentra efectivamente a su lado, le ruego que remueva cielo y tierra para que permanezca en The Glen Tower hasta mi regreso. ¿Se imagina ya mi confesión tras este ruego? Mi querido, querido padre, todas mis esperanzas están puestas en ese maravilloso tesoro del que es usted tutor, que quizás en este momento esté bajo el mismo techo; toda mi felicidad depende de que Jessie Yelverton se convierta en mi esposa.

Si no creyese sinceramente que usted aprobará plenamente mi elección, no me habría aventurado con esta abrupta confesión.

Ahora que está hecha, permítame continuar y contarle por qué he mantenido hasta ahora mis sentimientos en secreto para todos, incluso para la misma Jessie (verá que ya la llamo por su nombre de pila).

Lo hubiera arriesgado todo padre, y le hubiera entregado mi corazón sin dudarlo hace más de un año, si no hubiera sido por la orden que envió a nuestro regimiento fuera del país a participar en la gran batalla de la guerra con Rusia. Ningún cambio ordinario de mi vida me hubiera hecho callar el asunto del que más ansiosamente deseaba hablar; pero este cambio me hizo pensar seriamente en el futuro, y de estas reflexiones surgió la resolución que he mantenido hasta la fecha. Por su bien y sólo por su bien, me obligué a no pronunciar las palabras que la hubieran convertido en mi prometida. Decidí ahorrarle la terrible inquietud de esperar que los peligros de la guerra permitiesen o no el regreso hasta ella de un marido por desposar. Decidí ahorrarle el amargo pesar de mi muerte si me abatía una bala. Decidí evitarle el desdichado sacrificio de su existencia en el caso de que regresara de la guerra, como otros muchos hombres valientes, inválido de por vida. Al dejarla libre de todo compromiso, sin que sospechara siquiera sobre la naturaleza de mis sentimientos hacia ella, podría morir, en silencio, sabiendo que le había ahorrado un gran sufrimiento al corazón que más amaba. Éste fue el razonamiento que impidió que las palabras saliesen de mis labios cuando dejé Inglaterra, sin saber si algún día volvería. Si no la hubiera querido tanto, si su felicidad hubiese sido menos preciosa para mí, quizá no habría cumplido la dura restricción que me había impuesto a mí mismo, y habría hablado con egoísmo en el último momento.

Pero ahora han pasado las horas de aflicción, la guerra ha terminado y aunque aún cojeo ligeramente, gozo, gracias a Dios, de excelente salud y aún mejor ánimo que cuando me fui de casa. ¡Oh, padre, si la perdiera ahora, si no obtuviera ninguna recompensa por intentar salvarla de la más amarga de las decepciones! A veces soy lo suficientemente vanidoso para pensar que, de algún modo, dejé mi huella en ella; otras veces dudo de que tenga sospecha siquiera de mis sentimientos. Vive en un mundo feliz, es el centro de continua admiración, hombres dotados de todas las cualidades que conquistan a las mujeres la rodean en todo momento, ¿así que puedo yo atreverme, puedo tener esperanza? ¡Sí, debo hacerlo! Lo único que le ruego es que la retenga en The Glen Tower. En ese mundo tranquilo, libre de frivolidad y tentación, me escuchará mejor que en ningún otro lado. Reténgala, queridísimo padre, y por encima de todo, no le cuente ni una palabra de esta carta. Me he ganado sin duda el privilegio de ser el primero en abrirle los ojos a la verdad. No debe saber nada, ahora que regreso a casa, hasta que lo escuche todo de mis propios labios…

 

 

                                                                             Wilkie Collins

En realidad de esta entrada, como dije en su momento, sólo quiero resaltar una cosa:

Que sean felices y coman perdices. ¡Vivan los novios!

Cupcakes «Leyendas»

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Figuraos una casita blanca como campo de la nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, verdinegras las otras, entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de reseda. Un cobertizo de madera baña en sombras el dintel de la puerta, a cuyos lados hay dos poyos de ladrillos y argamasa. Empotradas en el muro que rompen varios ventanillos abiertos a capricho para dar luz al interior, y de los cuales unos son más bajos y otros más altos, éste en forma cuadrangular, aquél imitando un ajimez o una claraboya, se ven, de trecho en trecho, algunas estacas y anillas de hierro que sirven para atar las caballerías. Una parra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos por entre la armazón de maderas que la sostiene, vistiéndose de pámpanos y hojas verdes y anchas, cubre como un dosel el estrado, el cual lo componen tres bancos de pino, media docena de sillas de enea desvencijadas y hasta seis o siete mesas cojas y hechas de tablas mal unidas. Por uno de los costados de la casa sube una madreselva agarrándose a las grietas de las paredes hasta llegar al tejado, de cuyo alero penden algunas guías que se mecen con el aire, semejando flotantes pabellones de verdura. Al pie del otro corre una cerca de cañizo, señalando los límites de un pequeño jardín, que parece una canastilla de juncos rebosando flores. Las copas de dos corpulentos árboles que se levantan a espaldas del ventorrillo forman el fondo obscuro sobre el cual se destacan sus blancas chimeneas, completando la decoración los vallados de las huertas llenos de pitas y zarzamoras, los retamares que crecen a la orilla del agua, y el Guadalquivir, que se aleja arrastrando con lentitud su torcida corriente por entre aquellas agrestes márgenes hasta llegar al pie del antiguo convento de San Jerónimo, el cual asoma por encima de los espesos olivares que lo rodean y dibuja por obscuro la negra silueta de sus torres sobre un cielo azul transparente.Imaginaos este paisaje animado por una multitud de figuras, de hombres, mujeres, chiquillos y animales formando grupos a cuál más pintoresco y característico: aquí, el ventero, rechoncho y colorarote, sentado al sol en una silleta baja, deshaciendo entre las manos el tabaco para liar un cigarrillo y con el papel en la boca; allí, un regatón de la Macarena, que canta entornando los ojos y acompañándose con una guitarrilla mientras otros le llevan el compás con las palmas o golpeando las mesas con los vasos; más allá, una turba de muchachas, con su pañuelo de espumilla de mil colores y toda una maceta de claveles en el pelo, que tocan la pandereta, y chillan, y ríen, y hablan a voces en tanto que impulsan como locas el columpio colgado entre dos árboles, y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas, y las bandas de gentes del pueblo que hormiguean en el camino; dos borrachos que disputan con un majo que requiebra al pasar a una buena moza; un gallo que cacarea esponjándose orgulloso sobre las bardas del corral; un perro que ladra a los chiquillos que le hostigan con palos y piedras; el aceite que hierve y salta en la sartén donde fríen el pescado; el chasquear de los látigos de los caleseros que llegan levantando una nube de polvo; ruido de cantares, de castañuelas, de risas, de voces, de silbidos y de guitarras, y golpes en las mesas, y palmadas, y estallidos de jarros que se rompen, y mil y mil rumores extraños y discordes que forman una alegre algarabía imposible de describir. Figuraos todo esto en una tarde templada y serena, en la tarde de uno de los días más hermosos de Andalucía, donde tan hermosos son siempre, y tendréis una idea del espectáculo que se ofreció a mis ojos la primera vez que, guiado por su farsa, fui a visitar aquel célebre ventorrillo

Gustavo Adolfo Bécquer

Ya empieza abril y ya queda más cerca la feria de Sevilla. Calorcito, finos, fiestas… ¿unos cupcakes de limón para recuperarse?

Cupcakes «Rebelión en la granja»

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Con cierta dificultad (porque no es fácil para un cerdo mantener el equilibrio sobre una escalera), Snowball trepó y puso manos a la obra con la ayuda de Squealer, que, unos peldaños más abajo, le sostenía el tarro de pintura. Los Mandamientos fueron escritos sobre la pared alquitranada con letras blancas y grandes que podían leerse a treinta yardas de distancia. La inscripción decía así:

LOS SIETE MANDAMIENTOS

1 Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo

2 Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo.

3 Ningún animal usará ropa.

4 Ningún animal dormirá en una cama

5 Ningún animal beberá alcohol

6 Ningún animal matará a otro animal

7 Todos los animales son iguales

El letrero estaba escrito muy nítidamente y, exceptuando que en vez de «pies» decía «peis» y una de las «S” estaba al revés, la ortografía era buena. Snowball lo leyó en alta voz para los demás. Todos los animales asintieron con inclinación de cabeza demostrando su total conformidad, y los más inteligentes empezaron en seguida a aprenderse de memoria los Mandamientos.

                                                                                                George Orwell

Me encantan estas novelas, escritas hace tanto tiempo y que parecen tan actuales. ¿verdad? 😉

En fin, los cupcakes, de plátano, rellenos de mermelada y con buttercream de galleta y naranja.

Cupcakes «Por el camino de Swann»

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En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tilo que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar porqué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando había buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té

 

Marcel Proust

(Si, me he rebelado a esa frase que dice «¡qué magdalenas tan monas!» y he convertido a la magdalena más famosa del mundo en un cupcake. Y de café, no soy muy amante del té, la verdad. Ggg )

Cupcakes ¿Cómo están ustedes?

 

Un barquito de cáscara de nuez,
adornado con velas de papel,
se hizo hoy a la mar para lejos llevar
gotitas doradas de miel.
Un mosquito sin miedo va en él
muy seguro de ser buen timonel.
Y subiendo y bajando las olas
el barquito ya se fue.
Navegar sin temor
en el mar es lo mejor,
no hay razón de ponerse a temblar.
Y si viene negra tempestad
reír y remar y cantar.
Navegar sin temor
en el mar es lo mejor.
Y si el cielo está muy azul,
el barquito va contento por los mares lejanos del Sur.
Un barquito de cáscara de nuez,
adornado con velas de papel,
se hizo hoy a la mar para lejos llevar
gotitas doradas de miel.
Un mosquito sin miedo va en él
muy seguro de ser buen timonel.
Y subiendo y bajando las olas
el barquito ya se fue.
Navegar sin temor
en el mar es lo mejor,
no hay razón de ponerse a temblar.
Y si viene negra tempestad
reír y remar y cantar.
Navegar sin temor
en el mar es lo mejor.
Y si el cielo está muy azul,
el barquito va contento por
los mares lejanos del Sur.

Popularizada por Miliki (Un SEÑOR payaso)

(Los cupcakes, de vainilla, rellenos de chocolatinas y con buttercream de caramelo)

Tarta «El retrato de Dorian Gray»

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Él reflexionó un momento.

-¿Puede usted recordar algún gran error que haya cometido en sus primeros días, duquesa? -preguntó, mirándola por encima de la mesa.

-Me temo que un gran número -exclamó ella.

-Pues cométalos de nuevo -dijo él gravemente-. Para volver a ser joven no tiene más que repetir sus locuras.

-Deliciosa teoría -exclamó ella-. Tengo que ponerla en práctica.

-Peligrosa teoría -declaró sir Tomás entre dientes.

Lady Ágata movió la cabeza, pero no pudo por menos de sonreír. Mister Erskine escuchaba:

-Sí -continuó-, este es uno de los grandes secretos de la vida. Hoy en día, la mayoría de la gente muere de una especie de rastrero sentido común, descubriendo, cuando es ya demasiado tarde, que lo único que uno nunca deplora son sus propios errores.

 

Oscar Wilde

Cupcakes «Desayuno en Tiffany’s»

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Quiero seguir siendo yo cuando, una mañana, al despertar, recuerde que tengo que desayunar en Tiffany´s. No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar donde yo esté en mi lugar y las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura de dónde está ese lugar. Pero sé que aspecto tiene. Es como Tiffany´s. Y no creas que me muero por las joyas. Los diamantes sí. Pero llevar diamantes sin haber cumplido los cuarenta en una horterada; y entonces todavía resulta peligroso. Sólo quedan bien cuando los llevan mujeres verdaderamente viejas… Pero no es eso lo que me vuelve loca en Tiffany´s… He comprobado que lo mejor que me sienta es tomar un taxi e ir a Tiffany´s. Me calma de golpe, ese silencio, esa atmósfera tan arrogante; en un sitio así, no podría ocurrirte nada malo, es imposible, en medio de esos hombres con los trajes tan elegantes y ese encantador aroma a plata y a billetero de cocodrilo. Si encontrara un lugar en la vida real donde me sintiera como me siento en Tiffany´s, me compraría unos cuantos muebles y le pondría nombre al gato.

Truman Capote